
Siempre he admirado a los navegantes solitarios que han dado la vuelta al mundo y en especial los que lo han hecho sin escalas; la preparación no ya física, que también, pero la sicológica me parece de seres de otro planeta. He leído mas de un libro de estos navegantes, y todos mencionan los rugientes cuarenta; se refieren al paralelo cuarenta y a sus temporales. Andábamos como he dicho al sur de Australia, cuando el Capitán me advirtió que afirmáramos todo lo que se pudiera desplazar, porque se avecinaba meneo. Nunca imagine el tipo de meneo que nos tocó. Lo de moverse el barco como una cáscara de nuez, os aseguro que en este caso no fue un tópico. Era mi primer viaje como Jefe de Maquinas, y las mismas durante la navegación se ponen en automático al igual que los aviones ponen al piloto, pero viendo que me podían saltar los automáticos, declare el estado de maniobra y lo pusimos todo en manual, sabia que si nos quedábamos sin maquina seriamos un juguete a merced del temporal. La hélice salía del agua y las turbinas se revolucionaban peligrosamente. No veía lógico que le estuviéramos presentando cara a semejante tormenta, por lo que me fui a hablar con el Capitán para preguntarle por qué no ponía el barco al pairo. Buscaba el abrigo de la costa, todo lo contrario de lo que hay que hacer en estos casos pero tengo que reconocer que acertó. Había tripulantes que habían navegado toda su vida a los que vi llorar implorándole a su dios. La verdad sea dicha yo pensé que de esa no escapábamos, pero nunca tuve miedo a la muerte, puede que mi obsesión por mantener a la maquina en funcionamiento, me impidiera ver mas allá de mis narices. Fue con mucho el peor temporal que he pasado y he pasado bastantes.
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