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Viaje a La Esperanza. Del fresco de carambola a la preciosa martilla

German (sin acento en la a) es nuevo por aquí. La que primero persona de este pueblo con la que habló fue conmigo. El se sentaba en solitario en una mesa junto a la mía. Rompí el hielo y entablé conversación con él. Desde entonces es asiduo a la tertulia. Nada que ver con el resto de los tertulianos.
Sustituyó a Henry como vigilante nocturno en el hotel (es curioso lo que le exigen a estos para portar un arma y con la facilidad que la llevan todos los chorizos de los barrios marginales de San José y de Puntarenas, por citar las ciudades en las que tengo la seguridad de que esto ocurre) y no teniendo ningún tipo de vehiculo y su casa en La Esperanza, duerme en Cóbano, llega en el último bus, antes de las seis, y hasta la hora de entrada a su trabajo, las ocho, se ha hecho asiduo de los atardeceres.
¿Qué voy a hacer todo este tiempo cuando se vayan a España? Se pregunta y me pregunta. No estaría bien visto e incluso peligraría su puesto trabajo en caso que siguiera reuniéndose con el resto de los cabezas locas, sin estar nosotros.
Tenía mucho interés, en su día de descanso, llevarnos a su casa para presentarnos a su mujer y a sus hijos.
Ha tocado hoy.
Parece que el invierno se esta adelantando. Lleva unos días de fuertes lluvias, de las cuales me he alegrado bastante, no solo porque me gustan, sino porque María va a conocer la otra Costa Rica, la verde, pero sobre todo que viera como estallaba ese color con las primeras aguas. No estará aquí cuando la gama de verdes sea algo digno de llevar a un cuadro, pero volveremos cuando este en pleno esplendor.
Dejamos la carretera de Cóbano y nos metemos por un camino de tierra. Ni todoterreno ni leches, todo el camino en segunda y muchos tramos en primera para sortear las pequeñas torrenteras que ha abierto en el mismo el agua de los últimos días.
Merece la pena.

Pronto llegamos a la primera torrentera afluente del río Pánica. Atrás queda la sequedad de los últimos meses. Ya fluye el agua en abundancia.

Antes de llegar a lo que para mí es selva virgen, pasamos por un sembrado de tecas y otro de mangos.

Llegada a la segunda torrentera y vemos a un todoterreno que la atraviesa; creo que muy pronto no habrá vehiculo que pueda hacerlo.
Un par de desvíos a la izquierda y el camino empeora, se ven casas aisladas y por fin llegamos a la de German. Naturaleza en estado salvaje. Hace solo dos años que disponen de electricidad.
Le habíamos advertido que no hubiera ningún recibimiento especial, pero inútil. Lo primero que observo es que la vestimenta de mujer, suegra y abuela es la de los actos especiales.

Casa de madera y al entrar me llama la atención en especial la cocina. Hornilla de leña y cantidad de ollas colgadas de la pared. Con posterioridad me entero que cuando tienen visita esas ollas las limpian hasta que relucen como la plata.
Nos sentamos en el porche, hablamos, y no es mucho el tiempo en que veo que la mesa se va llenado de platos.



La suegra de German antes de sentarnos a comer, prepara una olla de comida para las gallinas y me asombra que estando totalmente desperdigadas entre la maleza acudan como si de toque de corneta se tratara. Pregunto por el gallinero que también me asombra y me dicen que al atardecer todas suben por el palo pero que ellos tienen que tener cuidado de retirárselo cuando lo han hecho todas, porque si no por él también lo harían los zorros (nada que ver con los de España). También que todas ponen en un nido que para ello les preparan al efecto.
De la comida lo que más me gusta es el fresco.
¿De que esta hecho?
De carambola, pero también los hacemos de tamarindo.







Salen a relucir la miel de marañón o el cuadrado frito.
De cualquier fruta que hablábamos German se retiraba un poco y traía una. No se como salio la leche de coco y va a por uno.



Me llama para que vea lo que según él era un zorro y que la suegra lo desmiente diciendo que es una martilla. No se asusta cuando la fotografío, es mas le empujan con un palo para que aparezca entera en la imagen.

Terminamos de comer e íbamos a sentarnos en una especie de plaza que quedaba entre un circulo de árboles enormes, pero que el ramaje se unía impidiendo ver el cielo en el centro de la misma.
Comienzan a caer unos goterones y conociendo lo suficiente este país y sabiendo que lo que continuaría seria lluvia torrencial, digo de irnos. No me veía pasando por los caminos por los que habíamos venido, con el agua a mares por mucho cuatro por cuatro que lleváramos.
German se queja de que no vamos a conocer a sus hijos que aun estaban en la escuela.

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Principio de un nuevo mundo

Padecí un cuadro ansioso/depresivo que tenía completamente olvidado, pero una serie de circunstancias se han ido encadenando de forma tal que no sería sincero si negara que he echado de menos mi Trankimazin.
En un Airbus Industrie A340, anunciaban la llegada de una nube que en su día fue negra y la esperaba, si no de colores, blanca o como mínimo gris.
La compañía de ferrys de Puntarenas a Paquera ya hace meses que venía avisando del mal estado de la rampa de subida de vehículos de Paquera. El aviso se convirtió en negativa de subir vehículos pesados, pasado un tiempo, de vehículos ligeros, hasta que dejo amarradas las embarcaciones. El MOPT, decía que tenía una nueva rampa preparada para colocar, pero que no tenía grúa para hacerlo. Vehículos dando la vuelta por Playa Naranjo. Acumulación de ellos y por tanto grandes esperas.
Me veía dándole la vuelta al Golfo de Nicoya, cosa que no me hacía gracia después de mi viaje a la ciudad del mismo nombre.
Alerta en Google y me aparece la primera sobre el tema. Se solucionará para cuando llegue mi pájaro volador. Aparece la segunda . Voy bien, el lunes todo esta arreglado, así que saliendo a las once tengo tiempo suficiente.
Tertulia del domingo por la noche: Alguien dice que uno de los ferrys esta averiado. Llamadas a diestro y siniestro hasta que me confirman tal extremo.

El lunes, día D, salida de mi pueblo antes de las ocho, con media hora de viaje hasta el terminal para tener cabida en la embarcación superviviente que salía a las once.
Llegada al Juan Santamaría, y donde tenia que decir que la llegada del avión era a las quince horas, anuncia a las dieciséis cuarenta. Pienso en atentado terrorista y más catástrofes posibles.
Por fin llegada a las diez y seis (no sé de donde se habían sacado los cuarenta).

No quiero equivocarme, pero la sensación que tengo es que la nube negra venia con unos bonitos colores.
Ni con mucho acabaron aquí las calamidades: Nos equivocamos de carretera al recoger a una persona, dificultades de embarque en el último ferry que salía para Paquera, con lo que podríamos haber hecho noche en Puntarenas.

Al día siguiente las nubes impidieron ver salir la luna llena en toda su plenitud, malentendidos con la muchacha que me había hecho la comida hasta entonces, y cabronada que me gasta alguien del que no podía esperar otra cosa y al que en su momento pondré firme.
Si a lo anterior, le sumo problemas con mi banco, desaparición de unos ingresos y acabo de una puñetera vez, recurro a la Ley de Murphy, la modifico a mi gusto para que defina la sensación que he tenido los últimos días, y la dejo como sigue: Si hay posibilidades de que varias cosas vayan mal, espontáneamente aparecerá otra.

Mientras pasan cosas.



Ha llegado la semana santa, y nunca había visto el camping tan lleno, lo que me hace pensar que jamás entenderé a este país. Donde parecía que la crisis lo había sumido en un profundo sopor, despierta fulgurante a pesar de los problemas de comunicaciones, cosa que tampoco me ha hecho mucha gracia por una tontada como que encontrar mesa en la playa era casi imposible.


Entre col y col lechuga y he contemplado una especie de procesión de semana santa que no había visto en los años anteriores. En varias casas del pueblo habían preparado una mesa vestida de blanco con un jarrón con flores en la que paraba la comitiva y acompañados de una guitarra cantaban una especie de rezos. Al parecer eran los vía crucis si mal no recuerdo me dijeron.



Muy cerca de mi casa hay una cría de iguanas. Dentro de ella he visto a dos pequeñas preciosas.

También ha florecido el que tengo de vecino.

La nube continúa de colores aunque en la distancia, y en algunos momentos de morriña se le ven tonalidades grises.

Detalle curioso: los zancudos no respetan ni a las nubes.
Yo entre la Ley de Murphy, y mis nubes ando descontrolado, pero recurro al no hay mal que cien años dure…
Espero que mi nube y yo vayamos cogiendo nuestro ritmo, que por supuesto va a ser algo maravilloso.

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