Ha pasado un año de mi vida y se me ha hecho cortísimo. Por extrañas circunstancias de las rutas aéreas, sobrevolábamos un atolón de Venezuela, y cuando quise darme cuenta aterrizábamos en el Juan Santamaría. Lo primero que me sorprendió, es la bandera de costa rica en los edificios, pero en especial en los carros; pocos eran los que no la portaban. Banderas que estoy viendo estos últimos días en especial en Cóbano cuando hoy me acerque por allí a recoger por segunda vez la tarjeta de la nueva máquina fotográfica que me compré, después de haber pasado a mejor vida la que traía y que tanto cariño le tenía [A todos nos llega nuestra hora (frase lapidaria)]. Celebran su independencia por estas fechas.
En mi recuerdo, el día que fui a la agencia de viajes. Ni con mucho estaba seguro de haber pasado la depresión; fue un tirar hacia delante. También, ya aquí, como iban pasando los quince días que me había dado de plazo y no veía el sitio en el que asentarme, y ya por fin cuando lo encontré, el nudo en la garganta, cuando mi hijo se subía en el carro que habíamos alquilado, para coger el avión que lo llevaría de vuelta. Mi asiento, aunque pagado, iba vacío.
Me encontraba solo y no tenía muy claro si mi enfermedad había pasado, si el sitio era el adecuado, si soportaría la comida y una serie de dudas que me oprimían el cerebro. Por otra parte tenía claro que era mucho el tiempo que había planeado que esto ocurriera y por fin, estaba muy cerca de conseguirlo.
¿Qué veía en aquellos sueños que tanto me ayudaron a salir de aquella maldita enfermedad? Un lugar del mundo donde no existiera el invierno [el frío de siempre me ha acobardado, pero en los últimos años de encierro (Diario de un asceta), no es que me acobardara, es que me hacían pasar largas temporadas tirado en la cama como si una piltrafa fuera (que lo era)], unas aguas cristalinas, verde turquesa, en los que bucearía para contemplar los peces entre una vegetación mecida por las corrientes marinas (¡cuántas veces he forzado esta imagen, mientras yacía, para desplazar los pensamientos finalistas!), pero en especial encontrar otra gente que en nada se pareciera a la que atrás dejaba.
Un año. ¿Me arrepiento? De la primera ni duda, hice lo mejor. No solo no me arrepiento, sino que cada vez estoy más satisfecho, aunque no necesariamente sea este el lugar definitivo (he pensado mucho en la península de Osa y en Nicaragua).
Desde que llegué, el noventa por ciento del tiempo, lo paso en bañador (prenda muy poco utilizada por aquí), y en nada he exagerado puesto que ni para dormir me lo quito. Solo me pongo pantalones y camiseta (de mercadillo, aunque aquí es ropa usada que deben de dar los países “ricos” para los necesitados y que acaban en unas tiendas en grandes montones donde hay que entresacar lo que supones te está bien) cuando a Cóbano me desplazo o voy a dar un paseo por los alrededores. Todo el día descalzo, hasta conducir, así lo hago, y cuando algo me pongo, las típicas chanclas de playa.
La lluvia me encanta; el agua cae a una temperatura templada; qué más da, bañarse en la playa, en la ducha (no existe el agua caliente), en la piscina (soy de los pocos o puede que el único, por estos alrededores, que la tiene) o bajo la lluvia.
Se cumplió lo de dejar los fríos atrás.
Con respecto a la segunda, la imaginación trabaja más de lo que debiera y te lleva a lugares que nunca existieron. También es verdad que los medios de comunicación, en especial la televisión te lavan el cerebro, poniéndote imágenes, no de lo que es, sino de lo que quisieras que fuera. No, ni con mucho encontré lo que buscaba. Lo de las aguas transparentes, ni de coña. En un país donde llueve seis meses del año, con ríos y torrenteras por todas partes, con caudales que a veces impresionan y que, me imagino que como consecuencia de la deforestación, trae aguas de un rojo sangre, acompañada de grandes troncos, más bien árboles completos, difícilmente tendrá aguas transparentes; en la época seca hay que esperar a que decanten las aguas y como mucho dos meses en los que se puede bucear al menos en las costas. Con panga en cualquier época del año te puedes acercar a un arrecife coralino [de los pocos que quedan (en Curú, los están haciendo artificiales)]. Hay otra cosa que me tiene verdaderamente intrigado; la vida en la tierra primero fue vegetal, y sin ella no hubiera existido la animal, así que, cuando me pongo las gafas, lo primero que hago al acercarme a un roquedo, es buscar vegetación. No existe, al menos por estos alrededores. Un río que pasa por San José y que desemboca al otro lado del Golfo de Nicoya, puede ser la causa. Los contaminantes que arrastran son letales. Cuando los ticos quieran ponerle remedio, ya no lo habrá. ¡Ah!, lo de las aguas turquesas, nada de nada.
Puede que algún día me compre una panga. La cabrona Hacienda del país que deje atrás me ha metido un puyazo en toda regla y ahora no voy a intentar defenderme. Que le sirva a Zapatero al menos para su lápida (como político, por supuesto).
También es verdad que en mis sueños no aparecían ni la vegetación ni la vida animal de que disfruto. Son horas las que he pasado observando la gama de verdes que me rodean, o esas playas paradisíacas con la vegetación ganándole terreno a las olas. Tampoco salía de mi asombro cuando, justo encima de la casa en la que vivo, veía toda una manada de congos o en mis paseos, me cruzaba desde con una iguana, un zopilote, un garrobo o me visitaban una ardilla (son preciosas) o un serpiente [también lo son (mientras esto escribía, me ha visitado una)]. Lo de los lagartos (yacarés) es más difícil de ver.
Hablar de los atardeceres (algún día describiré los amaneceres, aunque por ahora no me seduce levantarme a las cuatro de la mañana) no voy a volver a hacerlo, son muchas las veces que en este mi diario las he mencionado he incluso he puesto un álbum al que le voy añadiendo imágenes, aunque no por ello dejaré de repetir que su contemplación me hace entrar en una abstracción difícil de describir. Me cargo de energía como diría mi amigo Javier.
La luna llena. Aquí para cualquier evento, se cuenta con la luna.
Y la tercera, la gente. En un país extraño y sin conocer un alma. Mis ideas eran claras, integrarme entre ellos en todos los aspectos, y empecé por la comida. Me busque una familia (aquí, no sabría describir la clase media. Los ricos son albañiles), que a medio día me trajera justo lo que ellos comieran; nada de extras. Cuando de nervios se trata a mi me atacan al estómago, y mentiría si dijera que en aquellos momentos no los tenía; pues bien, arroz y frijoles casi a diario, siempre acompañados de otros alimentos que desconocía por completo y cocinados con vete tu a saber que aceites o grasas, hacían que mis esfuerzos por comer fueran sobrehumanos. Betty debió darse cuenta puesto que un día, junto a la comida, me trajo un bebedizo de no sé qué hierbas cocidas para que se me abriera el apetito. Hoy en día me como todo lo que me trae e incluso me sabe bastante bien. También es verdad que a mí llegada, la correa estaba en el último taladro de la derecha y a día de hoy está en el último de la izquierda. Debí perder bastantes kilos, pero me desapareció aquella barriga que me somatizo la depresión y que ni con TAC, supieron decirme de que provenía.
Sigo con la gente. En mis paseos saludaba (me respondían con el ya famoso “pura vida” o con otras frases larguísimas ininteligibles para mi) a todas las personas con las que me cruzaba, pero donde verdaderamente empecé a relacionarme con ellos fue en las mesas de la playa. Tengo claro que para ellos era un bicho raro. ¿Quién sería este personaje? ¿De dónde vendría? Y más. Lo que si es cierto es que debo tener una cara de gringo que espanto puesto que todos los que por mi mesa se acercaban, se dirigían a mi chapurreando en inglés (todo el mundo lo chapurrea). El primero como no Javier, pero poco a poco, Hanzell, Edgar, Toro, Edwards, Perra flaca, Janey, Ángela, Leroy, Macedonio, Arturo, Luis, Mónica y tantos otros que la lista sería larguísima. De muchos he escrito por aquí. No solo he hecho amistad con ellos/as, sino que tengo la completa seguridad de que me han aceptado como a uno más de los suyos.
Amigos entre los pobres, los ricos, los pescadores, los dedicados al turismo, los drogadictos y los marginados, que también los hay.
Mención aparte, mi amiga Vanessa.
Las tertulias en las mesas de la playa, se fueron institutonacionalizando (sé que no está en el diccionario). Su falta de cultura es alarmante, es raro el que después de la escuela haya leído un libro (en realidad no encuentras una librería a cien kilómetros a la redonda). Siempre he intentado ponerme a su altura y más bien soy yo el que les pregunta, sea del tema que sea la conversación, pero poco a poco han detectado que en mi tienen un buen asesor, en caso de duda les digo que lo consultaré en internet, cosa que para ellos es como una cosa que han escuchado que existe pero que ni idea de que va.
Al principio y en especial cuando hablaban entre ellos, entre su musicalidad al hablar, y su jerga acompañada de muchas palabras gringas (yipisi por GPS), me era difícil entenderlos. También no deja de ser curioso que lo que tanto me atraía que era su musicalidad, ahora ni queriendo la noto.
¿Encontré la gente que buscaba? No, tampoco. Cada vez estoy más convencido que la gente que busco solo está en un mundo, al que desearía llegar, pero cada vez estoy más convencido de que no existe. ¿Los cambiaría por la gente que dejé? ¡Ni loco! Prefiero a mi Javier con toda su locura que aquella manada de gilipollas que recuerdo como amigos u compañeros (hay sus excepciones). Aquí por citar, se comparte, incluso el guaro. ¿Y la familia? Dicen que a los amigos se eligen, y que la familia te viene impuesta. Esto para mi es un gran error. Yo elijo a mi familia.
Hay dos personas, que en teoría son familia mía, una de ellas, trata de convencerse de que ha dado su vida por los demás y que muy pronto se verá más sola que la una y otra que la avaricia ha sido su enfermedad y que también percibirá como sus descendientes la devoraran. Que disfruten el tiempo que puedan de la abundancia y que les sirva para al menos ser algo más felices de lo que son.
Releo lo que hasta ahora llevo escrito y me doy cuenta de que esto no es ni con mucho lo que soñaba, así que me pregunto ¿volvería atrás? y ahora si que mi imaginación se niega a verme en aquel mundo. No sabría estar. Que haría yo paseando por aquellas calles, de edificios altísimos, que junto a una atmosfera irrespirable tapan el cielo, con escaparates con los últimos nike, con gente aferrada a sus celulares y con un ruido ensordecedor producido por los bemeuves. ¿A dónde me dirigiría? ¿Con quién charlaría? ¿Quizás con los que no tuvieron el detalle de hacerme una llamada, con ese celular, que no se despegan de la oreja [Érase un hombre a una nariz pegado (Quevedo lo predijo, solo que se equivocó de apéndice)], durante el largo periodo de mi enfermedad? ¡No por dios! Que me dejen a mi amigo el loco, o a Norberto, que está consiguiendo él solito salir de las drogas.
Un día escribí por aquí: No estoy amarrado a ninguna bandera, himno, religión, credo político ni sistema filosófico.
Mi moral no ha sido impuesta, tengo el convencimiento que ha salido de mí.
Nada me ata a ningún lugar del mundo. Sé que la frase está muy manida, para mí tiene total vigencia: Me considero ciudadano del mundo.
No me considero esclavo de eso inventos sibilinos como serian el celular/móvil, el despertador, la televisión, la computadora, y tantos otros que nos marcan el ritmo de nuestras vidas.
No tengo jefe que me tosa.
El tiempo es todo mío.
No voto (lo haré cuando haya democracia)
No tengo obligaciones impuestas; me las arbitro yo, y con respecto a los demás, me las marca mi propia moral. Mis derechos terminan donde comienzan los derechos del otro (Marthin Luther King), en donde sustituyo “mis derechos” por “mi libertad”.
Si lo que hago no perjudica a nada ni a nadie, está bien. Si beneficia a alguien o a mí mismo, mejor.
Y añadiré lo que tanto le ha gustado a mi amiga Bettina: Resolvamos los problemas en vez de apoyarlos sobre los demás, juntemos amor por nosotros mismos, de esa forma tendremos amor, de esa forma, teniendo amor, podremos darlo.
No seamos mendigos, sino millonarios de amor.
Cada día, al despertar pienso que estoy comenzando una nueva vida.
No, no me imagino en aquel mundo.
Hay más cosas que me desesperaban de este país, como es su lentitud. Esta mañana estaba en Cóbano y sentado en una acera, estaba Jose. Esperaba. Esperaba unos trámites en el banco que no se resolverían hasta bastantes horas después. Me senté junto a él y al primero que paso por allí le dije nos sacara una foto, foto que yo había sacado tantas veces cuando veía a gente en la misma coyuntura, sin explicarme el por qué. Pensé que ella definiría como estoy y en qué circunstancias estoy al año de estar aquí.
Después de un año, aun no tengo mi residencia, tengo una “plantilla” en la que me dicen que entregué los documentos para la obtención de la misma. Me desesperaba el no obtenerla. ¿De verdad tengo que tener tanta prisa en que me la den? ¿Y si no me la dan? ¿No sería el pretexto perfecto para irme a Nicaragua? La tarjeta de la cámara fotográfica que encargué el mismo día que la compré y que me dijeron que esa misma tarde estaría y que a la semana aún no está, ¿de verdad me es tan necesaria? ¿Merece la pena irritarse por semejante cosa? ¿Lo del tiempo es oro es verdad? Y en caso de que así sea ¿para quién es el oro? Algo ha cambiado en mí. No sufriré más por esto.
¿Algo echare en falta de allí? Pienso. Pues claro que si, en especial unos personajillos con los que alguien, con la cabeza no en muy buenas condiciones, quiso hacerme daño. En su momento lo consiguió, pero no lo conseguirán más. Todo el daño ya está hecho.
Mi moto; mi vieja moto. Recuerdo perfectamente el ruido de su escape. Por aquí es muy raro ver motos de 600 c.c. Las de mayor potencia son de 200.
Mi casa. Mi piscina con el agua congelada.
Mis perros, Penca y Fideo (el muy cabrón como supo que lo adoptara).
Poco más. O quizás ni ese poco.
Echo en falta algo mas, aunque esta no necesariamente tenga que ser de allí ni de aquí, y es una compañera.
He tenido relaciones con ticas, pero no han cuajado y con la perspectiva del tiempo me alegro de que así haya ocurrido. Hay un gran salto cultural, religioso, y de costumbres entre ellas y yo, salto difícilmente salvable, por lo que no tengo claro que aquí la encuentre.
Mis esperanzas las tuve con una española (aun las tengo), pero por esas extrañas circunstancias de la vida, lo que podía haber tenido un final que yo imaginaba feliz, se fue deteriorando y a día de hoy sigo sin saber que pasará. Se tengo más posibilidades, pero confío en que ella abandone el pozo en el que se metió y vuelva al mundo real.
Búsqueda en Google de: Un año de estancia en Costa Rica. Reflexiones
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