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De un psiquiatra en un campo de concentración al que le haría falta a Javier


Yo creo que ciertos libros no hay que leerlos, al menos, en determinados momentos. Cada vez que paso por Puntarenas, procuro pasarme por una librería, es un decir, y comprarme un par de ellos, pero con el inconveniente de que vienen envueltos en un celofán transparente y no se les puede echar una ojeada. Le dije a uno de los dependientes si no tenían uno de cada ejemplar para poder hacerlo y con una amable y cómplice sonrisa me respondió que no. Si lo ojeas y no te gusta no te lo llevas, pienso me estaba insinuando. Se me ocurrió comprar El hombre en busca del sentido de Viktor Frankl, un psiquiatra que estuvo en varios campos de concentración, entre ellos Auschwitz y Dachau, y lo que es en la primera parte, narra como tal lo allí acontecido.
Si lees la isla de los hombres solos, de al José León Sánchez (En aquel entonces no la había leído), en todas partes cuecen habas, porque no es que en San Lucas trataran a los presos mucho mejor que en los campos de concentración, pero hay formas y formas de escribir las cosas, o yo estoy en la actualidad más sensible, el caso es que me ha hecho reflexionar en negativo más de lo que necesito. Tan es así que llegada la hora de irme a mi tertulia/atardecer, no tenía ni puñeteras ganas de hacerlo, aunque al final decido que sí.
Todas las mesas vacías, menos la mía, en la que cosa rara a estas horas estaba Javier. También cosa rara que estuviera normal, bueno es un decir, porque lo que es normal nunca lo está, pero hoy no estaba tomado, y si soy sincero me alegro de verlo. Charlamos o más bien escucho sus teorías sobre cómo va el mundo. Si fuera psiquiatra el caso de Javier me encantaría, aunque tengo que reconocer que ya se hace pesado. No hay quien lo haga salir de su mundo y por el estaría horas y horas convenciéndote de sus verdades. Menos mal que no tarda mucho en aparecer Miguel y también se sienta con nosotros. Miguel anda detrás de mí para que le abra una página en Facebook. Hace tiempo que no le paga Tabo y lo primero que hace es pedirme un blanco (cigarro).


No tarda en llegar su tío que me cuenta que la ilusión de su vida es haber sido futbolista profesional y que los chavales de ahora no tienen ilusión por nada. Miguel estaba acabando su cigarro cuando el tío le pide uno y le da la colilla para que la aproveche diciéndole que él no tiene. Mi paquete estaba encima de la mesa, así que le ofrezco uno. No se lo había terminado de fumar cuando pasa Ula pidiéndole uno al tío y le da la colilla del que él se estaba fumando y sigue camino.
Cuando Javier dice que se tiene que venir porque tiene que ir a poner a cocer los frijoles, me vengo con él y me viene contando que en el hotel hay dos francesillas jóvenes y que por una de ellas se le va la cabeza. ¿Habrá visto por fin claro que su guatemalteca no volverá jamás?
Javier se queda en el súper y yo sigo camino.
Al final me coge la lluvia y llego bastante mojado.
Llega una especie de tornado que nos deja sin luz toda la noche.
Tengo claro al llegar que la sinapsis entre mis neuronas ha cambiado su recorrido.

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