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El arbolito de Tambor de Puntarenas


Había decidido dejar a fisioterapeutas, quiroprácticos y demás curanderos e intentar arreglarme por mi cuenta mi musculo de la espalda, o la columna, o lo que puñetas sea que me tiene hecho una alcayata. Como no, pensé en la natación y mi primer baño haciendo lo que yo creía que me aliviaba mas fue en una piscina.
Sería la farmacia del cerebro, pero a la mañana siguiente me encontraba bastante mejor, por lo que no me lo pensé mucho, cogí mis bártulos y me fui a la playa. No me retiré mucho, en la misma desembocadura del rio, me tiré al agua y a hacer los ejercicios que al parecer tan bien me habían ido. Cuando se lo cuento a Vanessa, me dice que estoy loco, que podía haberme comido un cocodrilo y yendo solo donde me iban a buscar, por lo que esta mañana dice de llevarme ella en el carro y se las piensa a donde ir: A Tangomar no porque hay mucha resaca, así que vamos a ir al camino del arbolito. Se viene con nosotros Cinia.


Pasamos el muelle casas de los pescadores y el carro ya no tenía camino, así que continuamos andando.



Aun hay mas casas de pescadores que no había visto, las dejamos atrás y nos introducimos en pleno bosque. El camino discurría a unos quince metros del mar pero la vegetación impedía verlo.


El bosque, la vegetación. Ya con esta son tres las cámaras que tengo desde la primera vez que llegue a Costa Rica y ninguna de ellas ha conseguido captar la realidad. Una cosa es lo que mi vista percibe allí, puede que acompañado de los otros sentidos, y otra la que se ve en la imagen (sale iluminada la parte alta dando la sensación de que no estás cubierto). Nada que ver.
Disfruto como un enano con este paseo. ¿Cómo no se me había ocurrido antes ir al arbolito por este camino? Lo dicho, aquí todos los días hay algo que descubrir.


El follaje se va abriendo por la izquierda y observo que ya estamos casi a la altura de la cabeza del lagarto.



El camino pasa a discurrir por la playa y antes de que vuelva a introducirse nuevamente en la espesura, paramos y dejamos los pocos bártulos que llevábamos.
Me baño y me arrepiento de no haberme traído las gafas y las aletas. El agua estaba transparente, aunque me sigue llamando la atención la poca o ninguna vida que hay en los roquedos.


Sentados en un troco estábamos, cuando aparece Toro que viene de su tarea diaria, la pesca de langostas y otros a pulmón libre, se sienta con nosotros y charlamos. También aprovecha para desayunar.


Unos diez Kgs de langosta es lo que traía.
-Buena pesca, le digo.
-Que va, si solo he estado un rato.
Antes de irse nos deja una bolsa de plástico con cambute, ostras y colas de langostas pequeñas.


Cinia que de eso sabe un rato, se pone a preparar un ceviche, cortándolo todo sobre una piedra. La idea era comérnoslo allí.
-Pero vamos a ver, ¿no hay que dejar que se cocine en limón?
-Eso es en los bares, como de verdad esta bueno es así.
Me da a probar un trozo de cambute, que yo creo estaba vivo, y verdad es que estaba riquísimo.
Deciden que hay que echarle algunos aliños, hablan de cebolla, aunque al final, a la vuelta, me tocó a mi ir al Súper a por ellos y traje chile jalopeño, limones y las citadas cebollas.
A desandar lo andado. Además el cielo amenazaba lluvia. Vuelta a coger el carro y en menos de media hora habíamos almorzado. Ceviche por supuesto.

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