De cimarrones y del gato adoptado
Hará un par de meses, cuando por aquí apareció un gato. La verdad no era el primero, pero a todos intente acercarme y huyeron echando leches. Me dijeron que eran gatos cimarrones, gatos domésticos que escapan de sus amos y se asilvestran. Pasó uno y ¡sorpresa!, cuando lo llamé, aunque con mucho sigilo se acercó. Ni que decir tiene que le eché comida y sobre todo lo acaricié.
El gato se quedó aquí.
Se pasaba el día dentro de la casa y por las noches, no sin resistencia por su parte, lo echaba fuera.
Los primeros días, en especial por la noche, sus peleas con otro de color amarillo, eran constantes. Los gatos son demasiado territoriales y a este que había usurpado el del cimarrón de verdad, ya no había quien lo echara de su parcela. Por lo general perdía, puesto que por las mañanas estaba lleno de heridas.
Se pasaba el día maullando para llamar la atención; cuando estabas comiendo, a pesar de que disponía de pienso en abundancia, pero en especial cuando quería que lo sobaras. Jamás he visto un gato tan sobón.
Alguien me dijo que este gato estaba en el Timonel, bastante lejos de aquí, me dijeron incluso el nombre, cosa que nosotros no hemos hecho, darle un nombre, que ha estado en varias casas y que al parecer aquí ha encontrado la definitiva. Un gato aventurero o que nadie aguantaba sus runruneos para que lo rascaran.
El sábado desapareció. Habrá alguna gata en celo por aquí cerca, me dije. Por la noche alguien estaba regando las plantas y escuchó algo parecido a un maullido. Busco y me lo encuentro escondido entre unas plantas del jardín. Algo le ha pasado sospechamos. No se quería mover ni incluso poniéndole leche y un trozo de salchicha. Lo saco y veo que tiene dos heridas como si fueran las picaduras de una serpiente. ¡Adiós gato!, pensé. Era demasiado tarde para llevarlo al veterinario.
Al día siguiente, esperaba encontrarme un cadáver, pero vivía. Era domingo, y cuando llamamos al veterinario de Cóbano, estaba de viaje. No volvía hasta las siete de la tarde.
Lo más extraño era que no quería ni agua. A las seis, ya de noche pusimos rumbo a Cóbano y lo llevamos al veterinario. Desechó la serpiente, le toco cerca de la cadera y el bicho no solo maulló de dolor sino que aun tenía fuerzas para arañar. Tenía muy cerca de cuarenta grados de fiebre. Dos inyecciones y dijo que para saber lo que era como mínimo tenía que hacerle una radiografía.
A la mañana siguiente volvemos casi convencidos de que ya estaba bien, pero el veterinario nos enseñó las radiografías en las que se veían ligamentos destrozados, y un video en el que se veía que orinaba sangre. El sospechaba de un atropello, pero conociendo al gato, este no salía a la carretera ni de coña, así que una patada de algún animal humano o como más probable un perro (yo los he visto morderlos por la espalda, vapulearlos y caer el gato con la columna destrozada y no decir ni pio). Nos aconsejó que no nos lo lleváramos porque tenía que ver la prueba definitiva, que empezara a comer. Según nos dijo, los gatos cando se ven bien jodidos, se dejan morir.
Empezó a comer y por la noche nos lo trajimos.
A día de hoy no lo veo muy recuperado. También es verdad que sigue tomando antibióticos y no sé qué más. Come algo y lo que más agradece es que lo acaricien.
Sigo creyendo en las siete vidas de los gatos.
Por asimilación: Pintaban mi banco y tuve que sentarme en otro que le tengo manía. Cuando me levanté estaba torcido perdido. Antiinflamatorios y pastillas para el dolor y mi Quiropráctico escocés no puede verme hasta el viernes. Estoy peor que el gato. ¡Vaya pareja!
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