Dicen que la soledad es uno de los principales enemigos de la depresión, cosa en la que para nada estoy de acuerdo. La última fase de la mía, hice verdadera vida de asceta y fueron cerca de cuatro años. Durante ese tiempo, puse en una balanza el acabar drásticamente con aquel sufrimiento o hacer lo imposible por salir del pozo. Opté por la segunda y aunque dudé mucho que lo consiguiera, y no sin pocos sacrificios (recuerdo perfectamente los baños en la piscina a 0º C de temperatura ambiente), lo conseguí.
Cuando tenía claro que había salido (quizás no tan claro), decidí irme a Centroamérica. Ni nadie me acompañaba, ni a nadie conocía. Tampoco tenía decidida ni al país ni al lugar en el que recalaría.
También tenía claro, que quería borrar mi vida anterior, pero el dichoso sistema, no se olvida de ti, y durante los dos años que he durado allí, un día decidí volver para ponerme al día con las trampas que te van tendiendo y una vez resueltas volver, cosa que esperaba solucionar en dos o tres meses, pero el hombre dispone y el destino dispone.
Ya son casi ocho meses los que llevo aquí y sin visas de poder volver. También es verdad que sin esperarlo me hospitalizaron para una operación quirúrgica y cada mes están experimentan conmigo introduciéndome en mi cuerpo una dosis de veneno y en febrero me harán un reconocimiento.
Curiosamente de todo lo que vine a resolver, nada he solucionado, y viendo con la celeridad que funciona la justicia, veo que o no se solventará o pasará bastante tiempo.
Son varias la veces que he tenido la tentación de volver a repetir la experiencia de volver a dejar el sistema con sus pleitos y mandar la recuperación al carajo. Puede que por María, mi compañera, haya aguantado. La verdad es que ella también tiene que resolver asuntos para poder obtener su residencia en aquel país cosa que yo ya conseguí.
Estoy convencido que cada cuerpo humano tiene su termostato y el mío a partir de cierta temperatura ambiente (baja) me acobarda y me deja sin ganas de hacer nada, y como tampoco tengo obligación, me dejo vencer y procuro acurrucarme bien en la mesa de camilla o delante de la computadora, por supuesto con una estufa bajo los pies. También es cierto que todo este tiempo que he estado al otro lado del charco, te tenido como temperatura máxima 33ºC y mínima de 28. Mi termostato se ha debido descontrolar por completo.
Pero no es esta la principal causa de mis ansias de volver. Echo mucho de menos mis tertulias con mi gente, que, aunque personajes singulares, son personas excelentes; los pescadores en sus panga llegar al muelle con sus pargos o sus dorados, los monos despertándome de madrugada, mis excursiones por aquella selva tropical, el vuelo de los buchones (pelicanos) y en especial mis atardeceres en mi bahía (no había uno igual que otro) y la gama de verdes de sus bosques.
No había cine, ni librerías, ni cosas que por esta parte del mundo parecen esenciales, pero, ¿y qué?, por aquí, de la pocas veces que salgo del desierto en que vivo a la llamemosle civilización, abundan, pero es tan poco lo que necesito que me aburro, y no digamos personas con las que hablar. Aquí la gente va por la calle y ni saluda y de hablar con alguien es con el camarero o con el tendero.
Búsqueda en Google de: Mi aislamiento no deseado. Mi cárcel de cristal
Cuando tenía claro que había salido (quizás no tan claro), decidí irme a Centroamérica. Ni nadie me acompañaba, ni a nadie conocía. Tampoco tenía decidida ni al país ni al lugar en el que recalaría.
También tenía claro, que quería borrar mi vida anterior, pero el dichoso sistema, no se olvida de ti, y durante los dos años que he durado allí, un día decidí volver para ponerme al día con las trampas que te van tendiendo y una vez resueltas volver, cosa que esperaba solucionar en dos o tres meses, pero el hombre dispone y el destino dispone.
Ya son casi ocho meses los que llevo aquí y sin visas de poder volver. También es verdad que sin esperarlo me hospitalizaron para una operación quirúrgica y cada mes están experimentan conmigo introduciéndome en mi cuerpo una dosis de veneno y en febrero me harán un reconocimiento.
Curiosamente de todo lo que vine a resolver, nada he solucionado, y viendo con la celeridad que funciona la justicia, veo que o no se solventará o pasará bastante tiempo.
Son varias la veces que he tenido la tentación de volver a repetir la experiencia de volver a dejar el sistema con sus pleitos y mandar la recuperación al carajo. Puede que por María, mi compañera, haya aguantado. La verdad es que ella también tiene que resolver asuntos para poder obtener su residencia en aquel país cosa que yo ya conseguí.
Estoy convencido que cada cuerpo humano tiene su termostato y el mío a partir de cierta temperatura ambiente (baja) me acobarda y me deja sin ganas de hacer nada, y como tampoco tengo obligación, me dejo vencer y procuro acurrucarme bien en la mesa de camilla o delante de la computadora, por supuesto con una estufa bajo los pies. También es cierto que todo este tiempo que he estado al otro lado del charco, te tenido como temperatura máxima 33ºC y mínima de 28. Mi termostato se ha debido descontrolar por completo.
Pero no es esta la principal causa de mis ansias de volver. Echo mucho de menos mis tertulias con mi gente, que, aunque personajes singulares, son personas excelentes; los pescadores en sus panga llegar al muelle con sus pargos o sus dorados, los monos despertándome de madrugada, mis excursiones por aquella selva tropical, el vuelo de los buchones (pelicanos) y en especial mis atardeceres en mi bahía (no había uno igual que otro) y la gama de verdes de sus bosques.
No había cine, ni librerías, ni cosas que por esta parte del mundo parecen esenciales, pero, ¿y qué?, por aquí, de la pocas veces que salgo del desierto en que vivo a la llamemosle civilización, abundan, pero es tan poco lo que necesito que me aburro, y no digamos personas con las que hablar. Aquí la gente va por la calle y ni saluda y de hablar con alguien es con el camarero o con el tendero.
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